martes, 26 de abril de 2016

Mujer bonita es la que lucha

Un día como hoy, en 2001 fallecía el cuerpo de Lili Mazzaferro. 
"Lili fue mi abuela, yo soy la hija de Manolo, su hijo asesinado. Mi recuerdo de ella es inmenso, una mujer apasionada y valiente. Mi hija Eva tiene mucho de ella, en sus ojos sigue viva, y vive también en nuestro recuerdo. ¡Lili presente!"

Victoria Onetto, actriz, nieta de Lili Massaferro; comentario del 16 de julio de 2012 en el sitio web Filosofitis

A continuación las palabras del entonces Juez Camarista Eduardo Luis Duhalde 



El adiós a Lili Mazzaferro
Por Eduardo Luis Duhalde 

La larga e impiadosa enfermedad debió haber acabado con ella hace muchos años, si no fuera –no podía ser de otro modo– porque Lili, obstinada y tercamente, le dio dura batalla en nombre de la vida.
La geografía política pierde a una mujer luminosa que sumó pasiones, irreverencias y heterodoxias sociales. Sus amigos y compañeros de militancia lloramos la pérdida de quien fue ejemplo de coraje, coherencia ética y de compromiso político con una transformación social que soñó con las banderas del peronismo revolucionario.
Aquella belleza seductora que en los ‘50 devolvían los afiches de los cigarrillos Arizona, vestida de vaquera; la “Lily Gacel” que deslumbraba al bajar una escalera en La Casa del Angel; la musa de círculos áulicos de la intelectualidad argentina, inquieta e inteligente, no era ajena a una toma de posición, por entonces pasiva, frente al mundo que la rodeaba.
Cuando, en 1971, uno de sus 4 hijos –Manolo Belloni–, joven militante de las Fuerzas Armadas Peronistas, fue acribillado por la policía en un cruce de caminos del Rincón de Millberg, este hecho brutal e irreparable signó la vida de Lili. Convirtiendo su dolor en fuerza, hizo suyo el compromiso de aquel hijo que había muerto acariciando los sueños de un país distinto e igualitario, y a los 45 años, edad en que otros comienzan a vivir de recuerdos –o lo que es peor, a tratar de olvidar un pasado políticamente comprometido–, asumió la plena militancia. Cuando la detuvieron junto a Paco Urondo ya integraba un grupo operativo de las FAR. Asumí entonces su defensa ante aquella cámara especial conocida por el Camarón. Aunque era su amigo desde mucho antes, allí comencé a conocerla verdaderamente y vale detenerme en los recuerdos. Al ser indagada por el compuesto juez que le tocara en suerte, Lili cumplió circunspecta la diligencia. Sólo al despedirse lo miró al magistrado y le dijo con una sonrisa comprensiva: “Estás viejo, los años se te han venido encima. Te hace mal ser juez. Prefiero recordarte como antes”. Y salió esposada del despacho. No pidió clemencia ni favores a su antiguo compañero de baile en los salones de San Isidro. En la noche en que recuperó la libertad, el aparato represivo intentó con ella la última humillación: liberarla desde el Departamento de Policía, con su uniforme azul de presidiaria seis o siete tallas más grande que su diminuto cuerpo. “¿Adónde querés ir?”, le preguntamos. “Así como estoy, quiero cenar El Tropezón”, nos dijo. Y ese viernes, con Rodolfo Ortega Peña, la acompañamos, mientras ella hacía su entrada en el todavía esplendoroso restaurante de Callao, con la dignidad de una gran dama cubierta de pieles, aunque llevara solamente el raído y baqueteado uniforme carcelario.
Integrante de la organización Montoneros, tras el golpe genocida de 1976, ya en el exilio, integró la Comisión Argentina de Derechos Humanos (Cadhu), dedicando cotidianamente su esfuerzo a denunciar frente a los gobiernos europeos y los organismos internacionales las graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Recorrió Europa de arriba hacia abajo, una y otra vez. Roma, Madrid, París, Ginebra, Amsterdam, Londres, Estocolmo, supieron de su presencia incansable: alertó a los gobiernos, discutió con los diplomáticos, peleó por salvar vidas, efectuó y acompañó las denuncias sobre los millares de desaparecidos, dio cobijo y amparo a los organismos de familiares que hacían sus primeras salidas de la Argentina. El día que se escriba seriamente y en detalle cómo se aisló a la dictadura terrorista en el plano internacional, los esfuerzos de Lili Mazzaferro como integrante de la Cadhu serán relevantemente subrayados. Volvió al país y, aunque alejada de la actividad política, siempre fue una presencia solidaria, inclaudicable en sus principios. Fue la suya una vida plagada de sacrificios y con tal estrechez económica que, aun enferma, seguía buscando trabajo. Las ingratitudes de muchos las compensaba con el afecto de su familia y de sus amigos.
A los 74 años ha muerto La Pepa, como la conocimos en sus años militantes. No nos pongamos serios y circunspectos, aunque hayamos perdido a una gran mujer. Digamos con el humor que ella puso siempre en todo: ¡Viva la Pepa!