jueves, 20 de agosto de 2015

Democracia Popular o Restauración Oligárquica

-Por Fabián Curotto-

Algunos parecen haberse cansado ya de éste “jueguito de la democracia en donde puede votar cualquiera”. Entonces comienzan a transitar en sus imaginarios algunas posibles restauraciones, de tinte aristocrático en algunos casos. El operador de la derecha Mariano Grondona transita este límite discursivo desde hace años.

Encontramos dentro de las definiciones de aristocracia las siguientes: “Clase noble de una nación, provincia, etc.”, al “Gobierno ejercido por esta clase” o “clase que sobresale entre las demás por alguna circunstancia”, siendo 
su poder económico una de las posibles causas por las que sobresalga.

Los anacrónicos defensores de la idea de una aristocracia suelen acaramelarse en el ensueño de un gobierno de “capacitados”, creyendo que la capacidad se limita sólo a saberes y, como niños, soslayan que en esta etapa ultra capitalista cuando hablamos de capacidad suele ser de Capacidad Económica, de Poder de Influencia en los mercados, sin excluir el poder de daño que esto les da a tales sectores, si se los pone a confrontar con estados deliberadamente debilitados. Algunos de estos argumentadores anacrónicos -sobre todo los que dicen porque escucharon decir- causan entre risa y pena, pues hablan como condes a los que se les arrebató el título nobiliario que creen merecer. Pero despeguémonos del patetismo y vayamos a otro punto.

La plutocracia, que es la restauración que parecen proponer otros, se define como una forma de gobierno que se desarrolla cuando las clases altas se encuentran a cargo de la dirección del Estado. El concepto deriva de Pluto, el dios de la riqueza de acuerdo a la mitología de la Antigua Grecia.

Al unir todo lo dicho podemos empezar a utilizar el término oligarquía para lo que sigue, y acertaríamos.

Para quienes creemos que gobernar en beneficio de los intereses de las mayorías, sin desatender cuestiones sectoriales específicas, es alarmante que algunos quieran restaurar la lógica de la Sociedad Rural Argentina, que sería “somos pocos, pero tenemos mucho: el resto que nos siga… como pueda”. El lobby que ejerce el sector agro exportador en asociación con otros grupos económicos, como los de la industria de medios, es tan burdo que solo un párvulo no notaría los hilos de tamaña marioneta.

El candidato presidencial Mauricio Macri a afirmado que, de ser gobierno, "no va a haber límites a la exportación". Además de prometer eliminar retenciones, que resultan ser los dólares que fortalecen nuestras reservas nacionales. Unamos esto a que el dólar estaría librado a las necesidades del mercado, tal cual sostuvo Macri.

Vean como no aparece la palabra Pueblo en el último párrafo. No es casual, el Pueblo no entra en ese plan. La Oligarquía sí.

Por si hace falta traducir. Un dólar muy elevado horada el poder adquisitivo del trabajador que no puede trasladar el costo de la suba de esa moneda a ningún lado. Un comerciante la traslada a los precios, un asalariado o un jubilado no tiene donde hacerlo. Quitar límite a la exportación de commodities, por ejemplo de trigo, sería lograr que aumente el precio de la harina en el mercado interno de un modo superlativo. El exportador prefiere venderle trigo o su derivado a quien le paga en dólares y no al panadero de mi barrio. El desabastecimiento que ocurre cuando el Estado no controla el la existencia y abastecimiento internos de un producto consigue elevar necesariamente el precio de ese producto. No lloremos por el presidente de La Rural, les juro que justamente no sería él quien sufriría por ese desabastecimiento y aumento de precio.

Que se naturalice que “hay que aumentar el dólar”, o que “el dólar está muy atrasado”, en el discurso de quienes no pertenecemos a los acotados pero económicamente poderosos grupos que se verían beneficiados con eso, es insultante. El poder mediático a logrado persuadir a más de un jubilado que el escenario ideal sería un dólar a 20 pesos y toda la harina embarcada hacia el exterior. Releo lo que acabo de escribir y no veo al jubilado beneficiado por ningún punto de esa ecuación.

Defender los intereses de un sector que ni nos incluye, ni quiere hacerlo, es una posición similar a la del cipayo, que defiende intereses extranjeros por sobre los de su propia nación. Esta identificación con el extraño, o incluso con el opresor, es de una sumisión que habría que abordar psicológicamente. Que un productor sojero prefiera a Cavallo, Macri y Melconián en el gobierno, es muy lógico. Que mi vecino los prefiera, es inentendible y masoquista.

Con que cada uno votase según sus propios intereses sectoriales, andaríamos bien. Lo ideal sería pensar en el bien general, priorizando a los históricamente postergados. Mientras no pido que un gerente del City Bank se enamore de Kicillof, pido reflexión al jubilado que sigue enamorándose del equipo de Cavallo.

Fortalecer la democracia no es simplemente “ir a poner el votito”; la democracia es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo, por lo cual ser democrático implica defender esa soberanía popular y los intereses que atañe la condición de popular, en lugar de inmolarse por la rentabilidad de unos pocos, de los cuatro o cinco vivos de siempre. Hay quienes terminan sobrestimando a repudiables individualistas que desde la tapa de algún diario nos intentaron vender como iluminados o modelos a seguir. Algunos parecen creer que votando como el que vive en el barrio de Recoleta pasa, de alguna manera, a formar parte de ese club exclusivo. Si, claramente el pensamiento mágico tiene mucho de imbecilidad en su entramado. 





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