sábado, 5 de marzo de 2011

Mundo grúa, cama caliente y la doble moral

Por Alicia Kirchner

Pablo Trapero, en su película “Mundo grúa”, nos mostraba en la década de los ’90, la baja calidad de vida de los trabajadores. Trabajadores que ni siquiera tenían la voluntad de reclamar mejores condiciones de trabajo; apenas reclamaban un plato de comida. El signo más visible de la crisis social, es el hombre que no trabaja. Ese es el umbral desde el que se precipita la injusticia de familias degradadas, hogares destruidos, jóvenes desesperanzados, niños y niñas de los que la sociedad se desentiende, en el más crudo individualismo. Una sociedad así no puede ser justa.

Cuando todavía no había llegado a la presidencia, Néstor Kirchner, señalaba que “se puede hacer una Argentina distinta”. Y en su Programa de Gobierno, planteaba que había que “recuperar la moral del trabajo como reconstructor del orden social, apuntando a incorporar al desocupado al campo productivo, mediante la generación de empleo digno y estable”.

Y se fue logrando cada vez más, con un descenso significativo en los índices de desempleo, que actualmente muestra la gestión de la Presidenta. Sin embargo, hay bolsones de explotación humana, verdaderamente execrables. Siguen enquistados en la sociedad, individuos y empresas que generan y alimentan el individualismo materialista, junto con un economicismo deshumanizante. Lo único que prevalece, incluso sobre el hombre, es el máximo beneficio. El trabajo, por tanto, termina siendo lo que ya fue definido por el liberalismo clásico como una mercancía, sujeta a la oferta y la demanda.

La Argentina, ha sido por más de medio siglo, uno de los países del mundo que con mayor énfasis ha defendido los derechos y las libertades de los trabajadores. Ha hecho propias la gran mayoría de las Resoluciones y Recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo y hasta les ha dado rango constitucional. El legítimo derecho al trabajo, siempre ha ido acompañado de condiciones dignas. Aún antes de que la OIT reclamara al mundo “trabajo decente”. Ha sido una lucha constante, sometida únicamente durante las dictaduras militares y la etapa neoliberal, que quebró todas las barreras protectoras del hombre y la mujer argentinos.

En ese tiempo –y todavía ahora- las corporaciones transnacionales se trasladaron a los mercados latinoamericanos primero y asiáticos después, para incorporar el trabajo esclavo a través de las maquilas. Lo que no les estaba permitido en sus países de origen del Primer Mundo, les era facilitado, incluso con subsidios y exenciones impositivas, en los países de la periferia. Esas empresas sólo buscaban la mano de obra barata, que les era facilitada por las políticas neoliberales de ajuste estructural.

Estamos cambiando. Por eso, es necesario erradicar las lacras del trabajo precarizado y de la explotación de miles de trabajadores, argentinos y emigrantes de países hermanos. Trabajadores golondrinas en las zafras y en pequeñas industrias que los emplean con el sistema de “cama caliente”, burlando no sólo la legislación laboral, sino sobre todo el más elemental respeto a la dignidad humana. Sin valores éticos, ninguna sociedad sobrevive. Valores que deben regir comportamientos y decisiones que respeten a la persona. El cinismo del lucro desmedido por encima de todo, lleva ineludiblemente al sometimiento del hombre, lo que finalmente es el origen de la violencia. La doble moral de algunos condena a la servidumbre a los que menos tienen.

En este proceso de reconstrucción del país, de la vuelta a los valores y principios, de respeto al hombre, al trabajo, a la familia, se hace necesario apelar a la ética en la cadena de responsabilidad social empresaria. Así, las empresas que no respetan el trabajo decente, además de las acciones legales y penales previstas, deberían ser sancionadas por la Cámara empresarial que las representa. De esta forma el trabajo será ubicado en su centralidad, como una de las claves de la cuestión social y del crecimiento de nuestro país en Desarrollo Humano.

Desde 2003 este Gobierno lleva adelante un proceso de democratización del bienestar general inédito en la historia argentina desde los años 40’ y 50’. Por ello debemos seguir profundizando la inclusión social privilegiando el interés general por sobre el particular.







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